
… Un año después de que Marius se subiera al bus, llegaron Checho y Estebitan. Diocidencialmente ambos debutaron con nosotros en la misma presentación, en la ciudad de Ibagué, Colombia. Checho (Sergio Gordillo) era un muchacho responsable y serio, al que con frecuencia le tenía que recordar que sonriera un poco en las presentaciones. Con el tiempo fuimos notando que la seriedad se le estaba desvaneciendo, y que en realidad era el más chistoso y sensible... Le contábamos cualquier cosa bonita y se le aguaban irremediablemente los ojos. Checho resultó ser un tipo inteligentísimo que se le medía a cualquier tarea. Sin tener idea de cómo hacer sonido, se estrenó como "ingeniero" en las rudimentarias presentaciones en sitios rurales y apartados, inventando maneras de que sonáramos decentemente con dos micrófonos y altoparlantes de dudosas marca y estado (de aquellos que agarran una marca conocida y le ponen un pequeño elemento que denota su piratería: Una Z en Samsung, una i latina en Peavey y cosas así). Con el paso del tiempo Checho terminó encargado de la multimedia, la página web, las canciones en Spotify, etc.

Estebitan era, en cierto sentido, lo contrario a Checho. Risueño y feliz, y como a veces pasa en esas configuraciones luminosas de la personalidad, lo suficientemente fresco y espontáneo como para producirme más de un disgusto. A las primeras presentaciones que dimos, llegaba sobre la hora, con una confianza en su musicalidad -pasmosa- que casi lo hacía prescindir de preparación. En su defensa hay que admitir que era casi un adolescente para aquellos días. Pero los enojos que me provocaba los compensaba con su corazón de oro. Sí, era un muchachito atolondrado, pero sencillo y dispuesto "pa' las que sea", como decimos en Colombia.
Creo que nunca me reí como con ellos. En los largos trayectos de carretera hacíamos chistes tontos, escuchábamos los avances de nuestras grabaciones, hablábamos de la vida, orábamos... A lo largo de mi vida he tenido el regalo de amigos muy cercanos e inseparables, que son hermanos del alma. Sin embargo, esa cercanía constante, ese trasegar por el mundo, comer del mismo plato y llorar las mismas nostalgias y alegrías, nos unió para siempre y a un nivel muy profundo. En más de un sentido, fuimos una iglesia ambulante; cuatro tipos que se volvieron hermanos en la aventura de seguir a Jesús y cantar sobre él.